domingo, 21 de septiembre de 2008

“El escritor fracasado” de Roberto Arlt.

"Marasmo Emocional"

Parafraseando a René Spitz, podría decirse que el marasmo emocional de los bebés abandonados por sus madres es directamente proporcional en su profundidad a la cantidad de tiempo que pasaron juntos. A más días unidos, más profunda es la patología que presenta el lactante.

“Desesperación de haber perdido el paraíso” escribe Arlt en este cuento, y abre el abanico sobre el tema de la falta. ¿A qué corresponde? ¿Es lo mismo añorar que extrañar?

Pareciera como si se añorara algo que no se ha tenido, que se anhela y se desea. Extrañamos lo que nos perteneció y que ya no forma parte de nuestra esfera vital. ¿Qué duele más? ¿O sería más correcto referirse a que duele mejor, o a que cala más profundo en el alma?

Hablamos de profundidad. Cuánto más alto subimos, más profundo es el hueco que dejamos al caer. Y de esto se trata. Haber conocido el paraíso, metáfora del éxito, provoca en el ser una serie de necesidades que vienen a prenderse de y a distraernos de la ausencia.

Cuando el éxito nos abandona, cuando lo hemos dejado ir, o cuando realmente comprendemos que ser designados como “exitosos” es tan sólo un capricho etimológico del paradigma establecido en ese tiempo y ese espacio precisos, empezamos a llenar el vacío poniendo pretextos. Para los demás y para uno. Decimos las cosas en voz alta y repetidas veces para convencernos a nosotros mismos de lo que argumentamos. Las excusas dotan al fantasma del producto exitoso de una sacralidad que merece ser respetada y nunca jamás profanada. Santificamos nuestra gloria por la incapacidad de sostenerla. La petrificamos, la hacemos clásica. La matamos heroicamente. La hacemos mártir.

Nos hacemos superficiales. Nos referimos a aquel momento de gloria sin profundizar realmente en él para mantenerlo inmaculado. Somos hipócritas con nosotros mismos y con los otros, a los cuales envidiamos por su capacidad de ser como un río que corre intelectualmente. Tratamos de esconderlo con total facilidad, lanzando al aire promesas enormes que nunca vamos a cumplir.

Al Escritor Fracasado el fervor de la juventud se le ha muerto. Y ha venido a ocupar su lugar la indiferencia, la acidez, el odio.

Cuando el éxito se va, se emprende un camino, o quizás se descienda al infierno. El Escritor Fracasado intentó escribir una obra negativa, un libro de desolación. Al menos fue sensato al desechar aquello que ni el mismo creía. Nos dice “Por optimista que se fuera, había que entender que con la Literatura no se reformaría a la Humanidad”. ¿Cuántas veces habrá pensado lo contrario cuando se encontraba en el podio del éxito?

Excusas, nos ponemos excusas. Que maduramos, que estamos grandes, que ya crecimos, que somos exigentes. Transferimos y separamos. Pensamos que el talento poco tiene que ver con la persona, cuando antes estas dos palabras no podían separarse, se era una “persona talentosa” y punto.

La desilusión se hace presente luego de la fatídica sorpresa de caer en la realidad de que quizás confundimos éxito con un escandalete pasajero.

Invertimos. Y nos damos cuenta de que los elogios son para el fracasado y que las resistencias son generadas por el exitoso. El afecto de los colegas viene plagado de pena, de lástima, de desinterés. El odio es una excéntrica y real forma de expresar que el otro sí es bueno en lo que hace.

Cuando uno es un mediocre, todos son simpáticos y tolerantes. Y el vacío se profundiza de a metros a cada instante.

Puede optarse por juntarse con otros de iguales características, mal de muchos consuelo de tontos.

O podemos quizás enarbolar el dedo índice y criticar. El Escritor Fracasado defenestra a los literatos publicadores. Puede parecer una actitud poco agradable, pero al menos puede expresar lo que siente. Rara vez lo que sentimos coincide con lo que pensamos. Pero bueno, se supone que el artista es visceral ¿no? Y aunque considere que la obra del colega es buena, el sentimiento de su fracaso hace que la odie y que la critique injustamente y con mala intención.

Otra opción para dejar de lado la incapacidad de producir es buscar nuevos talentos, cambiar los muebles, enamorarse, hacer deportes. Salir de uno, esperando que en esa dispersión llegue la inspiración.

El Escritor Fracasado no tenía nada para decir. Por egoísta y por vanidoso, centró su mundo en él mismo. Podría haber escrito monólogos sobre su personalidad egocéntricamente extraña. Pero compartir emociones con la humanidad le era imposible. Era un inepto.

Las líneas finales del cuento, representan una especie de esas razones inconscientes que nos abruman silenciosamente, y que después de cometido el hecho que nos hace pensar, aparecen. No tiene sentido luchar por nada de todo esto, si el premio para el exitoso y para el fracasado es el mismo, la nada infinita formalizada en un sepulcro parecido a un trofeo.