En el año 1962, Anthony Burgess publica una novela titulada “La naranja mecánica” y en 1971, Stanley Kubrick la lleva al cine.
El título, que en inglés es “Clockwork Orange”, alude a una expresión que podría traducirse como algo semejante a “tan raro como una naranja mecánica”.
Creo que esto responde con claridad a la interpretación dada por el autor, que se enarbola respecto a la aplicación de los principios conductistas, o bien pavlovianos, o bien mecánicos, a un organismo que posee características que le son propias, por ejemplo, la fruta, que es dulce y tiene color.
Considero que desde aquí podemos pensar el concepto de “aura” que introduce Benjamin. Designa “el aquí y el ahora” de la obra de arte, que se destruye al reproducirse y que por tanto, no se impregna en la copia.
Una pintura o un grabado originales, son obras auráticas que manifiestan irrepetiblemente una lejanía. Una taza comprada en el Museo Nacional de Bellas Artes con la imagen de La Guitarra, de Juan Gris, ha perdido su aura. Se encuentra cercana a mí, no solo en términos espaciales sino también de pertenencia, o más propiamente de posesión. Y también se encuentra distante, kilométrica y eternamente alejada de su original. La obra de arte que es reproducida técnicamente encuentra atrofiada su aura.
Respecto de la obra mencionada anteriormente, me gustaría hacer una mención especial. Colocar los folletos que ilustran, de alguna manera, sin ningún sentido a una muestra “x”, en este caso, referente al cubismo, al comienzo del recorrido, le quita toda la magia a la cuestión. Parece que la gente tiene una maldita compulsión por buscar la foto en el papel de la obra de arte que tienen delante de sí. ¿Por qué? Puedo afirmar con un gran porcentaje de seguridad, que es porque el folleto es poseído por el observador. Inclusive me parece que buscan la coincidencia para tener la certeza de que al llegar a casa se seguirán adueñando de ella. ¿Dónde habrá quedado la contemplación reflexiva de la obra de arte? Creo que hasta esta pregunta se ha perdido, en esta época del flash y de la instantaneidad.
Dentro de las obras no auráticas, se sitúan el cine y la fotografía. En ellas no es posible contemplar lo que rodea a la manifestación visual, que no es algo secundario, sino que formaría parte de su ser artístico, ya que enseguida el ojo es shockeado por una nueva imagen, la cual es reemplazada al instante por otra. Y así indefinidamente.
En la idea de producir fotografías o cine, se encuentra el concepto de repetibilidad, por lo cual la copia y el primer ejemplar, tienen el mismo valor y la misma significación, si es que puede hablarse propiamente en estos términos. Por tanto, la fugacidad y transitoriedad son partes obvias de esto, como así también el valor exhibitivo, que se contrapone al valor cultural de la obra de arte.
La naranja pierde su nota propia de color y dulzura solamente con imaginárnosla mecanizada.
La obra de arte pierde su aura al reproducirse técnicamente.
La época, el paradigma vigente, el temple del autor, la textura, el perfume de los colores (si, el perfume de los colores, como así también hay colores en las voces) y su vivacidad u opacidad, se pierden en la reproducción.
Qué paradójico encuentro, el poder reflexionar desde el aura que es propia de la obra auténtica, desde una novela reproducida técnicamente por la imprenta y llevada luego al cine. Creo que esto puede deberse a que en todas las cosas podemos encontrar positividad y negatividad. La masificación de los productos culturales y artísticos gracias a su reproducción nos trae a la conciencia que en esa multiplicidad hay defectiblemente una referencia a lo original y peculiar. Si el arte no llegara a nosotros de esta manera, probablemente no llegaría. Seguiría escondido en algún convento. Y sería prácticamente imposible reflexionar sobre él. Creo que el poder pensar en lo sublime desde lo mundano, o el valorar desde lo que se nos ha hecho cotidiano, aquello único de lo cual procede, es un método que puede llegar a conducirnos al aura de la obra de arte la cual es originariamente propia. No todos tendremos la posibilidad de rastrear nuestras obras predilectas originales, que conocemos gracias a sus reproducciones, pero aunque pueda sonar conformista, la plenitud del alma generada por el aura, aunque sea de una sola pintura, vale la pena todo esfuerzo.
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